martes, 10 de junio de 2008

Carlos Santiago en montevideo.com dice:

"Bodas de Sangre": dos horas de buen teatro que rompe un tradicional conservadurismo



A teatro lleno, cosa que no veíamos en mucho tiempo, la Comedia Nacional presentó nuevamente este domingo su modernizada versión de “Bodas de Sangre”, de Federico García Lorca, en una propuesta escénica que ha roto con el tradicionalismo aburrido del elenco municipal que, en general, con presentaciones rutinarias, ha contribuido decisivamente durante años de desafortunadas espectáculos a “correr”, literalmente al público de las butacas del Solís y la Sala Verdi.

Presentaciones en general agrisadas, con una soberbia de dirección, como diciendo “nosotros la sabemos todas”, que lograban salas con 20 hinchas, y éxitos en los estrenos, en donde los familiares de los actores y algunos invitados de la IMM, vinculados casi todos a la actividad teatral, se aplaudían entre ellos, en una demostración que en el mundo burocrático que se vive en las oficinas públicas, pese a que las cosas vayan bien o mal, no influyen en el salario mensual, se había trasladado de mala manera al mundo del arte escénico.

El teatro es una sublime expresión, que necesita de tres elementos sustanciales. Un texto, bien elegido, adecuado para el elenco y, fundamentalmente, atractivo para los espectadores, un grupo escénico (director, escenógrafos, actores, iluminadores, músicos, etc.), que en base a coordenadas lógicas, con pies a tierra y visiones adecuadas, sepan armar sobre el escenario un texto atractivo para que el tercer elemento, fundamental sostenedor de la trilogía, también esté presente: el público.

Siempre hemos pensado, con un criterio quizás economicista, que a la Comedia Nacional le ha fallado siempre, el impulso que tienen otros elencos, que es la necesaria búsqueda del éxito de público, fundamental para ellos, para mantenerse vivos. ¿Se imagina el lector una puesta en escena de “El Galpón” o “El Circular”, destinada de antemano al fracaso? Ningún elenco independiente, a pena de bajar de inmediato de cartel el espectáculo y perder todo lo invertido en una puesta en escena, puede darse el gusto de aburrir al espectador. Pero la Comedía Nacional, por años, lo ha hecho sin medida, poniendo en escena puestas rutinarias, que tenían más en cuenta los gustos “intelectuales” de directores, actores o autoridades, que visualizar el atractivo de una obra en el tercer elemento que está en juego, el esencial, el público, que es el que paga su entrada y llena los teatros.

Por ello debemos aplaudir, como lo hicimos en la sala del Solís, a la directora Mariana Percovich, porque contra “viento y marea”, rompiendo viejos conceptos, conservadurismo, pasividad liquidacionista de toda expresión artística, se animó a poner en escena “Bodas de Sangre”, que es una difícil obra de Federico García Lorca, profundamente dramática, que en su puesta tradicional, hecha hoy, hubiera quizás logrado el mismo resultado desolador de salas despobladas, con pocos espectadores, algunos desorientados, alumnos de las escuelas de teatros, o hinchas que no pasan de un cuarto de la platea y quizás, muy buena crítica.

En lo personal no tenemos un solo reparo sobre el primer acto, que nos pareció una maravillosa expresión de la presentación “aggiornada” de una obra clásica, además de ser el espectáculo de despedida de la Comedia Nacional de la notable, Estela Medina, jubilada por los meandros de la burocracia, en el pináculo de su carrera.

En todo ese período teatral el texto surge con gracia dramática, profundidad y no se pierde, pese a las dificultades que plantea la poesía de Federico, con imágenes descriptivas y simbólicas que se unen en el camino de las situaciones dramáticas, especialmente destacamos por su fuerza la de esa madre viuda (Estela Medina). Cada una de las escenas se resuelven con inteligencia, belleza plástica y logros estéricos que se plantean bien, con inteligencia, apareciendo a cada paso el profesionalismo de un elenco que está para ser exigido al máximo. Y Mariana Percovich, de alguna manera, supo hacerlo. El resultado es espléndido.

El bache que encontramos, no por anteojeras de ningún tipo que algún crítico espantado hizo, sino porque nos parece que esas imágenes tan fuertes dificultaron en alguna manera la comprensión del texto. Hablamos de la primera parte del segundo acto, donde los dos personajes que sobrevuelan el, según la directora el “homosexualismo de Federico” – expresión estética que no comprendemos, porque – por ejemplo – a nadie en la “Muerte de un viajante”, se le ocurre adentrarse en la masculinidad de Arthur Miller. Sin embargo, más allá de la inspiración que llevó a Percovich a decidir esas excéntricas escenas, lo único que tenemos que decir de ellas es lo que expresamos anteriormente, que conspiran en ese fragmento de la obra, por el contraste visual tan fuerte, en la comprensión del texto y tapa la belleza de una poesía maravillosa, la que hemos estado releyendo antes de escribir estas líneas.

Luego, la escena final, de la madre desesperada, que se enfrenta con la novia que peleó entre la tradicional tranquilidad que le ofrecía el casamiento, los hijos, y la vida de todas las mujeres, y el amante torrencial, el arroyo torrentoso que caía desde lo alto de la montaña, la atraía, pero la llevaba al desastre. Allí también estuvieron esos personajes en la puerta con capas negras que los cubren totalmente, mostrando el color doloroso de la muerte, y la madre, Estela Medina, con su fuerza histriónica, su voz profunda que se amolda perfectamente a la poesía de García Lorca, llegando a un final perfecto. Teatralmente admirable.

Como hace mucho tiempo no lo hacíamos, asistimos en el Teatro Solís, a un hecho teatral en que estuvieron presentes los tres elementos esenciales. Un texto notable, un puesta en escena basada en ideas claras, de buen teatro moderno, “aggiornando” el texto y el público, la tercera “pata” de la trilogía que más allá de la elementos polémicos, que rompen con las tradiciones de teatro “aburrido” y “burocrático” de la Comedia Nacional, salió satisfecho por un espectáculo lleno de riqueza conceptual, quizás polémico, culto, adecuado y tendiente a romper con una tradicional y “culturosa” forma uruguaya, que todo lo aplasta y reduce a élites de “iluminados”.

Esperemos que este no sea el único ejemplo de una renovación del elenco oficial. La pena es que con este espectáculo Estela Medina, sin duda una de esa “joyas” que todavía contamos en el país, se despida (¡o sea despedida!) de la Comedia Nacional. Ese hecho – un homenaje a esta notable mujer, tímida, de perfil bajo, pero sin duda una notable actriz que jamás falla ni tiene un traspié escénico – exige que todos los montevideanos concurramos a aplaudirla. Se lo merece ella.

También el elenco, que mostró su profesionalismo en esta obra, y Mariana Percovich que se animó a romper con ese conservadurismo elitista de muchos uruguayos.

Y que se tenga la seguridad de que nadie se aburrirá en esas dos horas y pico de buen teatro.

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