viernes, 4 de abril de 2008

Sobre los ensayos dice Ricardo Bartis

Los ensayos de Bodas son intensos y agotadores, pero estamos encontrado cosas muy buenas, todos trabajan a muy buen ritmo, con gran entrega. Les dejo esto de mi admirado Bartis sobre el sentido de un ensayo y sobre el teatro en general.

- ¿Qué hace el ensayo en la definición de una obra teatral? ¿Crea, innova, repite?

- El ensayo es un territorio singularísimo y poco pensado. Sin embargo, toda la gente apasionada por el teatro reconoce que en los ensayos se ven situaciones de enorme intensidad y singularidad, con ritmos epifánicos y encadenamientos que después uno busca denodadamente que se produzcan en el espectáculo, y muchas veces no se logra. Ensayar, en el teatro y en la vida, crea una zona liberada.

- Pero hay un teatro que no deja abrir esa posibilidad. Como también hay gente que no se permite ensayar.

- El teatro que domina hoy es un teatro de representación, donde existen una obra y un sentido ya dados. Después viene un traductor para la escena, que sería el director, que pone en escena esas ideas con ciertas lógicas y reglas. Y después aparece el actor, que interpreta, representa el sentido del texto, la historia, su carácter psicológico y expresivo. Para otra visión, lo teatral sería aquello que pone en funcionamiento un plano más totalizante y poético de los lugares hasta crear un espacio ritual donde unos cuerpos de carne se convierten en privados y públicos a la vez para otros que miran. El relato parece dar una excusa a ese ritual primario.

-¿Cuándo se sabe que el ensayo acaba?

- Cuando se agota la energía. Es como jugar al fútbol o como hacer el amor. Hay un momento de agotamiento. De seguir, empezaría el remedo de una intensidad pasada. Cuando se termina de ensayar es porque se aceptaron todos los riesgos.

- Mencionó que la actuación lucha con la política. ¿La política es espectáculo, se hace teatral?

- Se ha ido generando una situación confusa, porque hoy todo es actuación, campo de representación. Entonces, la actuación se queda un poco sin agua, porque todo el mundo actúa. Uno acepta, por supuesto, el fenómeno de la televisión, la irrupción del campo de la imagen de manera permanente, la idea de la multiplicación, la idea que algo es verdad y al mismo tiempo es mentira, el ver en presente algo que parece que está ocurriendo acá pero en realidad es allá... Uno acepta todo, pero se modifica la percepción. Entonces, el arte del actor -que antes tenía el lugar privilegiado de crear desde la mentira un campo poético ilusorio-, cuando la mentira circula extendidamente en el campo de lo cotidiano, se debilita, padece.

- ¿El teatro es hoy un arte para todos?

- Es un arte minoritario, como la poesía. Es una actividad un poco pueril para la época. Muy menor, muy ingenua, muy rústica, muy simple. Sin embargo, es uno de los últimos territorios humanos, donde puede haber una circulación de contagio y una intensidad en las creencias que abandone el didactismo de la política o el fundamentalismo de la religión y que, sin embargo, aspire a crear un campo de resonancia donde lo humano se expanda. La actuación plantea la necesidad de un campo crítico ante la realidad. No de manera directa, sí de manera política, en el sentido profundo y poético de la palabra. La actuación se burla de lo real, no quiere trabajar, no quiere estudiar: quiere actuar. Quiere estar en un lugar donde se diluyan momentáneamente las nociones tradicionales. La actuación diluye al yo; es pura aproximación al juego. Porque en el goce profundo, en la participación, en el enamoramiento, en la vida deportiva, en el tiempo mítico del juego, el yo queda diluido momentáneamente. Y la actuación debe ir a eso. Lo que pasa es que debe lidiar con las propias formas que hay dentro del teatro, que, como en cualquier ámbito, son conservadoras. El teatro es muchísimo más conservador que otras artes, porque tiene una relación directa con el espectador en una época de medición de rating y de votos, una época en la que se compra todo y no hay lógica posible que detenga ese disparate de bocinas, de ruidos, de cosas cada vez más vulgares y lenguajes cada vez más débiles.

- ¿Qué queda de una obra en los espectadores?

- La actuación perdura en una memoria confusa entre la gente, que repetirá gestos que alguna vez vio actuar. Los gestos que nosotros hacemos no nos pertenecen, los hemos visto hacer. Y las cosas más profundas y probablemente más privadas ya las hemos visto actuar, y hemos sido influidos por esa forma de actuar. Cuando lloramos por nuestros dolores más profundos, o cuando gozamos por nuestras intensidades mayores, también repetimos algunos movimientos que no entendemos, pero pasan de generación a generación. Eso es la cultura y eso es la influencia de lo real en nosotros, en el pulso, el ritmo, la energía.

- ¿Cómo se hace una obra que produce algo así?

- Como cualquier arte, se requiere un rigor específico, saberes inherentes para retraducir en signos y en elementos que conviertan en un material potente un campo de ideas y sensibilidades. Poderoso y potente vaya a saber para quién, tal y como están dados los campos de la imagen y la producción de sentido en nuestra sociedad hoy.

- ¿Qué dejan en nosotros los grandes actores?

- La actuación es muy efímera. Todo es muy instantáneo, todo se olvida con mucha rapidez en lo aparente. Pero, sin embargo, algo puede perdurar. Tal vez no de la historia de la obra, pero algo de lo que pasó ahí como experiencia vital puede perdurar. No de manera directa, sino como algo que se manifiesta tiempo después. Yo pienso mucho en los actores que vi actuar, en sus intensidades. Yo vi actuar a Inda Ledesma, a Carlos Carella, a Tato Pavlovsky, a Norman Briski, a Cristina Banegas, a Alejandro Urdapilleta, actores de gran envergadura. Creo que queda una alegría, como cuando uno lee a Dostoievsky: todo es una tristeza infinita pero uno sale y está re-bien, tiene ganas de comerse un pancho, tiene ganas de vivir. Porque la literatura lo alimentó. O porque le disparó el pensamiento crítico.

Claudio Martyniuk Clarín 2008-03-30

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